Muy significativos contactos podrían establecerse entre la orientación temática y la modalidad intelectual del autor inmediatamente seleccionado y las de Alberto Methol Ferré. Si bien de distinto origen (Methol, como se ha señalado, proviene de la línea blanca), si bien su aparato conceptual es diverso (y el de Methol resulta tributario de la filosofía, una disciplina a la que ha dedicado esporádica pero perspicaz atención), la exploración de la circunstancia nacional e hispanoamericana los unifica. Y también el desdén frontal, “realista”, por las ideologías y el amor casi monomaníaco por las ideas y su airoso ejercicio; también el valor fundamental asignado a la tradición clásica del pensamiento; también la rica capacidad imaginativa y constructora, la aptitud y el gusto por armar “interpretaciones”, de indudable eficacia, sobre un caudal habitualmente restringido de certificados datos.
Inquieto por la política y el destino colectivo, Methol ha sido un analista curioso de los mecanismos internos de la primera, que lo atraen con fascinada persistencia. A ese interés, tan lúdico (en puridad) como científico, tiene que imputarse el modo neutral, raigalmente “maquiavélico” en el mejor sentido del término, con que se ha inclinado sobre los hechos del Poder sin la (por lo menos visible) secuela de resonancias éticas que son habituales. Su estudio sobre el peronismo, en QUE, de Buenos Aires, de 1958, por ejemplo, ha sido juzgado con justicia como una pieza capital de esta visión lúcida y compleja, más inusual todavía cuando se vierte sobre movimientos histórico-políticos ambiguos, oscurecidos por la pasión, los intereses y hasta la simpleza. Su análisis de las condiciones de la propaganda política en el medio rural en “¿Adónde va el Uruguay?” (TRIBUNA UNIVERSITARIA, nº6-7) es, al margen de su tesis central, igualmente penetrante, original, alcanzado sin andadores.
Pero esto no es sólo una perspectiva preferida, una, en cierta manera, actitud gnoseológica. Responde también a una convicción sobre la índole de la realidad misma, histórico-política, social. Las notas de “contingencia”, de “ambigüedad”, del fenómeno político, a resistencia de todo lo realmente importante a ser esquematizado, conceptualizado, previsto, ha pasado a menudo en Methol de ser una convicción de naturaleza intelectual a convertirse en una dispensa pragmática no exenta de riesgos. Dispensa de prever la dirección que las cosas toman. Dispensa al esfuerzo de instrumentalizar la acción política a la realización, a la encarnación de valores ético-sociales. Esta seguridad en que el espesor de lo real siempre va a bajar el impacto respecto al blanco que se apunte puede recalar en un maquiavelismo vulgar; ya decía en una breve polémica con Methol el valioso y llorado Rodolfo Fonseca Muñoz (MARCHA, nº833-834) que, si con la certeza de que la gravedad va a rebajar nuestra puntería ya apuntamos bajo, nuestro proyectil picará más abajo aún.
Pero anótese, para los fueros de la verdad, que este maquiavélico Methol que orquestó para paladares cultos y con brillantez indisputable la ideología del “ruralismo” recién triunfante (el ya citado estudio “¿Adónde vamos?”, reeditado en folleto en 1959 y en Buenos Aires, el mismo año, con el título “La crisis del Uruguay y el Imperio Británico”); este maquiavélico Methol que sostuvo la significación histórica decisiva de las elecciones de Noviembre de 1958 (MARCHA nº 940-943 y POLÍTICA, de Buenos Aires, nº1), este maquiavélico Methol se desvinculó del movimiento en el ápice de su influencia, cuando llegó —sin duda tras muchos “agonizing reappraisals”— a la madura certeza sobre los móviles, afinidades y sustrato social de la fuerza a la que él (marginal a sus intereses, a medias a convicción, a medias a ardida esperanza en poder orientar proficuamente su rumbo), había dotado de novedosa fundamentación (MARCHA, de febrero a abril de 1961, nº1047-1049-1051 y REPORTER, nº 8, de marzo de 1961).
Con esto se ha aludido al episodio más notorio de la trayectoria intelectual de Methol y el que, de contragolpe, lo hizo conocido entre la generación joven de ensayistas nacionales. Y toda la historia podría significar que la pasión por moverse en la contingencia, en la ambigüedad del hecho político, en las corrientes en “estado naciente” (una pasión tan clásica como existencial, tan nutrida en Merleau-Ponty, uno de sus maestros) se detiene respetuosamente ante ciertos significados infranqueables, objetivos, que no hay más remedio que enfrentar.
Posiblemente, sin embargo, sigue firme en Methol la convicción de que el Uruguay “entra en la historia”, fuera de la cual vivía, con las elecciones que el Partido Nacional y el Ruralismo ganaron en 1958. Y si se menciona esta idea es porque ella es típica de su estilo dialéctico, de su gusto por las sinopsis y los cambios cualitativos, de la identificación de “deseos” y “realidades” cuando éstas son influibles y aquéllos eficazmente actuables (su jefe era la historia, su contrincante la extra-historia). También del uso de términos en toda su ambigüedad (“historia” es aquí el vivir misionalmente, abierto a los cambios universales; “extra-historia” es la existencia apacible, vegetativa, segura). Pero también yace en el esquema, subráyese, el común anhelo generacional de sacar al país del marasmo, el irrealismo, la puerilidad y la miseria de planteos que —sean o no la “extra-historia— son bien tangibles, reinantes y opresivos.
En otros aspectos, no puede negarse que la brillantez, la versatilidad, la imaginación barroca de las posibilidades de la acción histórica, el gusto por la actuación vicarial y el adoctrinamiento de los jefes, el manejo consciente de fuerzas ciegas y contundentes es demasiado fuerte en Methol como para haber desaparecido con aquella experiencia, triste y cerrada no sólo para él. Las tentativas de una aglutinación de “izquierda nacional” lo tuvieron entre sus promotores y si el fracaso transitorio de la iniciativa (tal vez con otras cautelas, otros rótulos, otras alianzas, otras técnicas, otros planos de acción) no quiere decir que esté clausurada, esa continuación es seguro que lo contará entre sus teorizadores.
En esta zona de su actividad se engranan muy bien su formación católico-tomista (aunque no pertenece a la Iglesia) y su interés creciente y documentado por el marxismo: se puede decir que Methol es uno de los nombres con que se puede contar para la gran cuestión de la inteligencia moderna que es el encuentro y la aculturación de las dos más vitales fuerzas culturales de esta segunda mitad del siglo. Un antecedente (y nada más) de su contribución a esta tarea puede representar el estudio “Jorge Abelardo Ramos y el marxismo en Sudamérica”, publicado en NEXO (nº 1) y recogido posteriormente en libro: “La izquierda nacional en la Argentina” (Buenos Aires, 1960).
También a esta corriente, nutrida por tantas contribuciones, aporta Methol su origen tradicional y junto al “social” y “socialista” el ingrediente “nacional”, que en él (militante adolescente en el “Movimiento pro-libertad de Puerto Rico” y otros similares), como en todos sus coetáneos, es no sólo la devoción carnal al destino de la patria uruguaya sino también la preocupación por esa “Latinoamérica, un país”, para usar la expresión de su amigo, el fértil y persuasivo argentino Jorge Abelardo Ramos. Verla integrada y fuerte, justa, independiente y soberana, capaz de alternar en las pugnas universales del poder y la cultura, alzada al fin del coloniaje y el estancamiento es, en cierto sentido, ese horizonte último, esa postrimería casi religiosa capaz de sostener contra la erosión del fracaso y la desesperanza.
Tal otros doctrinarios de su línea, Methol ha sido atraído por una restauración de la verdad del pasado del país al margen de los ramplones dualismos partidarios o de ciertos chirriantes esquematismos ideológicos. Esto es lo que significan su estudio “Oribe y el Estado nacional” (EL DEBATE, del 12 de noviembre de 1957), su boceto de Artigas en MARCHA (nº 1058) y el prólogo al “Oribe” (Buenos Aires, 1958) de Stewart Vargas, en colaboración con Washington Reyes Abadie.
Methol, que es un escritor concienzudo y castigado, ha producido poco y su obra puede enumerarse en los trabajos ya citados y algunos artículos: en MARCHA, sobre “Un conformismo angustiado” (nº 1006), examen de la generación que él llama del “Centenario” y la polémica con Carlos Maggi sobre Herrera y el “hijo del zapatero” (nº1053-1056); en EL NACIONAL, de 1953 (notas sobre Martí, Berdiaeff, Camus, Mircea Elíade); en CUADEMOS DE NOSSO TEMPO; en UNITAS (nº 1) sobre “Jean Paul Sartre y el fin del humanismo”; en NEXO, la “revista hispanoamericana” que dirigió con Ares Pons y Reyes Abadie (1955-1958), el ya citado ensayo sobre el marxismo y Ramos y un importante texto sobre las razones de la postura neutralista y tercerista de un sector de católicos que por entonces integraba: “Los católicos y la cultura occidental”, en ARTES (nº 2), el enfoque que parcialmente este libro recoge y cuyo interés e intención hablan por sí mismas.
Tiene inédita hace mucho tiempo una antología y estudio sobre Emilio Oribe, pensador a su juicio fundamental para la comprensión de la cultura uruguaya.